Cientos de vecinos acuden al entierro del matrimonio asesinado a puñaladas por su hijo en Orihuela
El silencio fue la nota destacada del funeral oficiado ayer en Beniel por el matrimonio asesinado a manos de su hijo el pasado domingo en la pedanía oriolana de Desamparados, antes de quitarse la vida ahorcándose en una finca familiar.
Centenares de allegados, familiares y amigos, junto con una representación de los ayuntamientos de Beniel y Orihuela, quisieron estar presentes en el último adiós a Ginés Rodríguez y Mari Carmen Aniorte, apuñalados por su hijo Samuel a causa de una riña tras pedirles dinero por su problemas de drogadicción. El sepelio estaba previsto a las doce del mediodía en la iglesia de San Bartolomé de la localidad murciana, de donde era originaria la mujer. Quince minutos antes hacían entrada en la plaza de Ramón y Cajal, que permaneció abarrotada de gente, al igual que el interior del templo, los féretros del matrimonio. Un cortejo de mujeres portaban abriendo la comitiva funeraria ramos y coronas de flores, con misivas de afecto firmadas por sus vecinos de la Vereda de Buenavida, Carril de Lo Román y Desamparados.
Una vez llegados al pórtico de la iglesia, el párroco de la localidad los recibió para después oficiar la misa ante un gentío que expresó su solidaridad con esta familia, que ha visto cómo las drogas y la muerte se han cruzado en su camino.
Mientras el sacerdote relataba pasajes bíblicos sobre la resurrección y muerte, los comentarios de los vecinos tenían todos el mismo eje, la desgracia de que «las drogas cuando entran en una casa solo traen lo malo», decía una conocida de la familia a otra vecina, entre sollozos. Las muestras de afecto por una familia muy apreciada en su pedanía y en la localidad murciana se iban sucediendo con definiciones que los allegados no se cansan de repetir desde que el pasado domingo fueron hallados ambos cuerpos sin vida en el interior de su vivienda, cosidos a puñaladas. Los intentos de la madre por salvaguardar a su hijo pese a la violencia y el maltrato que les dispensaba, consciente de que era su adicción la que hablaba por él. Los temores del padre, Ginés, por el hecho de que cualquier día pudiera salpicarles una desgracia así eran otro de los comentarios que hacían en la plaza dos agricultores de la pedanía.
Poco después de las doce y media, los féretros salieron de la iglesia y el silencio y la congoja volvieron a atenazar a los presentes. El cortejo abandonó como llegó el recinto, con los ataúdes a hombros, y centenares de vecinos detrás, para acompañar a la familia en su duelo hasta el cementerio. Con paso cansino y breves murmullos se llegó hasta el camposanto de Beniel, por donde por expreso deseo de la familia no se realizó el ritual habitual de dar el pésame antes de su inhumación.
Por la tarde el mismo cementerio recibió el cuerpo del parricida, que llegó directamente desde el Instituto Anatómico Forense hasta el recinto, sin ceremonia alguna. Samuel, antes de quitarse la vida, dejó una nota en la que asumía que había cometido una barbaridad y que solo le quedaba pedir perdón, comentarios que iban de boca en boca en el cortejo de duelo, aunque la apostilla era tajante. Llegaba tarde.
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