miércoles, 24 de abril de 2013

CARTAGENA/ «Salí a la calle y empecé a recibir golpes»

- JOSÉ ALBERTO GONZÁLEZ | CARTAGENA./ la Verdad

«Fue poner un pie en la calle y empezar a recibir golpes. Caí redondo al suelo, perdí el conocimiento y lo siguiente que recuerdo fue que mi amigo me despertó y nos fuimos a casa. Fue a la mañana siguiente cuando me di cuenta de lo que me habían hecho. Mi mujer me miró a la cara y se asustó mucho. Entonces, me miré al espejo, vi todos los golpes y moratones y fui primero al Hospital y luego a la Comisaría».

A Pablo, nombre ficticio de un joven de 31 años de la barriada cartagenera de Los Dolores que pide preservar de esta forma el anonimato, le cuesta todavía hablar de lo que asegura que le ocurrió la madrugada del pasado sábado durante una noche de fiesta. Pero mira a los ojos a su madre, que le ha impulsado a hacer pública su denuncia para ayudarse a sí mismo y a otros que vivan una situación similar, y saca fuerzas para contar sus sufrimientos, sus desvelos y su deseo: «¡Sentí una rabia y una impotencia...! Si por lo menos me hubiera quedado con sus caras...».
Todo empezó, según relata Pablo al diario 'La Verdad' y consta en la denuncia que ha interpuesto ante la Policía Nacional, hacia las cinco de la mañana. Tras un par de horas en una discoteca situada en la barriada Cuatro Santos (Las Cuatrocientas) en la que asegura que no tuvieron ningún roce o encontronazo con nadie, salieron del establecimiento y vieron «un tumulto de gente en la puerta y que los porteros de la discoteca estaban discutiendo con un grupo de gente».
Puñetazos y patadas
«De forma inmediata», le vino una lluvia de puñetazos y patadas que según consta en dos partes médicos del Servicio de Urgencias del Hospital Santa María del Rosell le causaron múltiples traumatismos. La agresión le ha costado parte de un diente y le ha dejado marcas en la frente y en un pómulo, así como diversas erosiones en el cuello y en una rodilla.
Entres suspiros, su madre no deja de darle vueltas a lo que habría pasado con una de esas acometidas: «¿Y si le hubieran abierto la cabeza? ¿y si le hubieran dejado sin un ojo? ¿y si le hubieran clavado una navaja? Se habría quedado ahí mismo. ¡No quiero ni pensarlo!». Pablo todavía no se explica por qué le dieron la paliza, ya que asegura que no mediaron ni palabras ni una pelea. Además, denuncia que presuntamente ni los vigilantes del local ni ninguna otra persona acudió para auxiliarle.
Es más, asegura que los porteros «subieron la persiana» para que estos últimos no entraran en la discoteca en lugar de atenderle o llamar a la Policía (algo que el propio Pablo dice lamentar ahora no haber hecho en ese mismo instante para facilitar la toma de testimonios y la búsqueda de los sospechosos).
Pablo deposita su esperanza en el testimonio de su amigo, de un posible testigo que, al parecer, le aseguró haber visto a los agresores y del dueño del local.
«¡Ojalá los pillen pronto!»
Según recoge el escrito registrado en la Comisaría, el denunciante se ha entrevistado con el empresario y éste «le ha comentado que son un grupo de jóvenes que han estado varias veces y a los que nunca permiten el acceso a la discoteca».
A raíz de esto último, Pablo cree que «los porteros o el dueño de la discoteca podrían aportar a los agentes más datos sobre los autores» de la fechoría.
Mientras se recupera de las heridas, cabizbajo y con más silencios que palabras, Pablo confiesa su «angustia» y maldice su mala fortuna.
Apenas sale de noche, por sus obligaciones familiares. Y, además después de un año en el paro, había logrado un 'curro' con el que salir adelante. Ahora tiene que guardar obligatorio reposo.
Pero desde el sofá familiar, Pablo vuelve a mirar a su madre y parece encontrar de nuevo las fuerzas que todavía le flaquean: «¡Esto no se le hace a ninguna persona! Ojalá los pillen pronto y se haga justicia. Ojalá los pillen pronto».

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