Una familia recupera por motivos de herencia los recuerdos de uno de sus miembros, desaparecido durante la Guerra CivilLa Verdad
Obligados a olvidar, dejaron de hablar de él. Tomás, María, Juan, Francisco, Francisca, Teresa, Antonio y Joaquín, hermanos de Jesús García López, un voluntario de guerra desaparecido en combate, fueron abandonando el recuerdo del undécimo miembro de una familia de braceros residente en la calle Pliego, número 54, de Bullas. Como a tantos otros, la Guerra Civil española borró la existencia de Jesús García, y el tiempo, en lugar de recuperar su nombre como parte de la historia de un país, selló con débil masilla un grieta más de aquella España resquebrajada en dos mitades.
El pasado 19 de febrero, la desaparición de Jesús García paseó fugazmente por la prensa murciana. El juzgado de Primera Instancia e Instrucción Número 2 de Mula abría expediente para la búsqueda de alguna prueba o testimonio que justificara un fallecimiento conocido por todos hace 70 años. Tomás García Sánchez, sobrino del desaparecido, en representación de la familia García López, instó a la juez, Rocío Fons, la difusión de su desaparición en el Boletín Oficial del Estado (BOE).
Pese a que, dado su contenido, esta publicación suscita una introspección voluntaria a una época poco gloriosa para España, la búsqueda de aquel joven de 21 años perdido en la Guerra no tiene por objeto acogerse a la Ley de Memoria Histórica o intentar rehacer una historia familiar borrada con silencio. Se trata de un caso, más atemporal y frecuente, de adjudicación de herencias.
Hace unos meses fallecía a los 99 años, tras una última etapa castigada por el alzheimer, Teresa García López, la última hermana de Jesús García que permanecía con vida. La herencia familiar había quedado en un vacío legal cuando, después de pasar de padres a hijos y de hermanos a hermanos, tropezó con la inexistencia del último hermano vivo jurídicamente: el primero en morir. En ese momento, los nietos de Tomás García López -padre de Jesús García y cabeza de la familia que vivía en la calle Pliego- iniciaron los trámites legales para percibir la herencia intestada de aquel tío que murió en el frente.
El sobrino del desaparecido, cuyo nombre figura en la publicación del BOE, reconoce no saber casi nada de Jesús García. «Mi padre y mis tíos no solían hablar de él. Era un tema lejano, olvidado con el tiempo», asume. Es a partir de la necesidad de testar una herencia, quizá insignificante, pero importante en estos tiempos, cuando Tomás y sus familiares, comenzaron a saber algo más de su tío Jesús. «Mi primo Andrés y yo investigamos sobre su muerte. Lo único que hallamos fue una carta escrita por él en 1938 en la que preguntaba por la salud de sus padres. Se sabe que poco después moriría, pero no hay ningún documento que así lo refleje», afirma.
Miliciano voluntario
Jesús García López tenía tan sólo 19 años cuando comenzó la contienda civil entre las dos Españas. Como uno más del conjunto de animosos jóvenes que por entonces, como sostiene Pascual Fernández en su libro Testimonios de una tragedia, «vagaban por las calles de Bullas embargados por la pujanza de la juventud y la turbulencia de sus ideales», Jesús García se alistó voluntariamente como miliciano en defensa de la República. Ello hace suponer que pasara a formar parte de la Sexta Brigada Mixta, creada en octubre de 1936 en Murcia y compuesta casi en su totalidad por fuerzas militares de la región levantina.
Allí coincidió con varios vecinos de Bullas, entre los que se encontraba Esteban García. Con éste entabló una gran amistad que perduró toda la guerra y que sirvió para que la memoria de Jesús García perdurara en el tiempo a través de su testimonio.
Tomás García recuerda que en una entrevista con Esteban García, fallecido hace tan sólo unas semanas, el fiel amigo de su tío reconoció que supo de su muerte pocos días después de que ocurriese. Tras haber recorrido media España, como batallón de choque, la Sexta Brigada permanecía en el barrio madrileño de Puerta del Hierro, zona tradicionalmente universitaria. En agosto y septiembre de 1938, el batallón levantino realizó sus últimos movimientos entre Madrid, Requena y el frente de Extremadura. Fue en esos meses cuando Esteban y Jesús García se separaron definitivamente, encontrando la suerte de forma distinta a su camino. Esteban regresaría a su pueblo natal presintiendo que el asedio del ejército franquista acabó con la vida de su amigo Jesús.
Con la aparición de un protagonista más de aquella España cada día más olvidada, nuevos recuerdos intentan recomponer un puzle sellado con ira y, a su vez, con miedo. Es éste el caso de Salvador Olmedo.
Al igual que Jesús y Esteban García, otros vecinos de Bullas se alistaron voluntariamente en las tropas republicanas. Por aquella época, la propensión de jóvenes bullenses a comprometerse con los ideales de la República era mayor que en otras localidades. La Sexta Brigada Mixta del Ejército Popular republicano acogió en sus filas a un total de 86 bullenses, aquellos que en los primeros meses de la contienda estamparon su firma en la Comisaría Civil de Reclutamiento de Murcia.
Uno de ellos fue Salvador Olmedo Sánchez, sindicalista perteneciente a la UGT. A pesar de tener 40 años, edad poco propicia para las labores de guerra, Salvador Olmedo se ofreció a colaborar en defensa de la República. Su nieto, Salvador Olmedo Botía, asume la posibilidad de que su abuelo presentase su disposición a participar en la guerra como afiliado de la UGT. «Es posible que en 1937 se encuadrase en la Sexta Brigada Mixta, perteneciente al Quinto Regimiento, cuyo comisario era del partido comunista», afirma.
Como Jesús García, y tanto otros, el paradero de los restos de Salvador Olmedo se halla desaparecido. «Lo malo de que perteneciera a la Sexta Brigada Mixta es que, al ser un batallón de choque, luchó en tantos sitios -desde Morata de Tajuña a la sierra del Guadarrama, y de Córdoba a Teruel- que es muy difícil encontrarlo. Además, el archivo de Salamanca sólo recoge datos de altos cargos, olvidándose de miles de milicianos».
Baja en el padrón de 1937
La ausencia de Jesús García perduró en los años posteriores como un triste y obligado silencio, luto ante una pérdida deshonrosa para el nuevo Régimen. A pesar de no existir un documento acreditativo de su fallecimiento, en el Cuaderno Auxiliar de empadronamiento de 1937, perteneciente al archivo histórico de Bullas, aparece en la sección de «bajas» la cantidad de una persona, referida al domicilio número 54 de la calle Pliego. Tomás García asume que ningún miembro de su familia falleció en esa fecha, por lo que, teniendo en cuenta la inexactitud de los archivos estadísticos de la época, la muerte de Jesús García ya era un hecho consumado.
Sin embargo, el trámite legal de publicar en el Boletín Oficial del Estado su supuesta desaparición conllevó de inmediato la adjudicación de un testamento por parte de los órganos de justicia. «Mis abuelos llegaron a tener en sus manos el certificado de defunción de mi tío Jesús, pero al morir y vender su casa, toda aquella documentación desapareció», reconocía Andrés García, otro de los sobrinos del soldado republicano.
Finalmente, el desaparecido que paseaba por la prensa, las tertulias de cafetería, incluso, los cuchicheos vecinales, estaba muerto desde hace unos 70 años. El interés de una familia humilde por rescatar una cifra, puede que insignificante, de dinero ha permitido conocer a un resquicio más de nuestro pasado. Jesús García pudo ser un héroe, referente de lucha o de paz, o quizá un simple joven arriesgado, ideológicamente comprometido. A pesar de desconocerlo, hoy podemos sustentarnos en su escasa biografía conocida para, por fin, hablar después de tanto silencio.
Obligados a olvidar, dejaron de hablar de él. Tomás, María, Juan, Francisco, Francisca, Teresa, Antonio y Joaquín, hermanos de Jesús García López, un voluntario de guerra desaparecido en combate, fueron abandonando el recuerdo del undécimo miembro de una familia de braceros residente en la calle Pliego, número 54, de Bullas. Como a tantos otros, la Guerra Civil española borró la existencia de Jesús García, y el tiempo, en lugar de recuperar su nombre como parte de la historia de un país, selló con débil masilla un grieta más de aquella España resquebrajada en dos mitades.
El pasado 19 de febrero, la desaparición de Jesús García paseó fugazmente por la prensa murciana. El juzgado de Primera Instancia e Instrucción Número 2 de Mula abría expediente para la búsqueda de alguna prueba o testimonio que justificara un fallecimiento conocido por todos hace 70 años. Tomás García Sánchez, sobrino del desaparecido, en representación de la familia García López, instó a la juez, Rocío Fons, la difusión de su desaparición en el Boletín Oficial del Estado (BOE).
Pese a que, dado su contenido, esta publicación suscita una introspección voluntaria a una época poco gloriosa para España, la búsqueda de aquel joven de 21 años perdido en la Guerra no tiene por objeto acogerse a la Ley de Memoria Histórica o intentar rehacer una historia familiar borrada con silencio. Se trata de un caso, más atemporal y frecuente, de adjudicación de herencias.
Hace unos meses fallecía a los 99 años, tras una última etapa castigada por el alzheimer, Teresa García López, la última hermana de Jesús García que permanecía con vida. La herencia familiar había quedado en un vacío legal cuando, después de pasar de padres a hijos y de hermanos a hermanos, tropezó con la inexistencia del último hermano vivo jurídicamente: el primero en morir. En ese momento, los nietos de Tomás García López -padre de Jesús García y cabeza de la familia que vivía en la calle Pliego- iniciaron los trámites legales para percibir la herencia intestada de aquel tío que murió en el frente.
El sobrino del desaparecido, cuyo nombre figura en la publicación del BOE, reconoce no saber casi nada de Jesús García. «Mi padre y mis tíos no solían hablar de él. Era un tema lejano, olvidado con el tiempo», asume. Es a partir de la necesidad de testar una herencia, quizá insignificante, pero importante en estos tiempos, cuando Tomás y sus familiares, comenzaron a saber algo más de su tío Jesús. «Mi primo Andrés y yo investigamos sobre su muerte. Lo único que hallamos fue una carta escrita por él en 1938 en la que preguntaba por la salud de sus padres. Se sabe que poco después moriría, pero no hay ningún documento que así lo refleje», afirma.
Miliciano voluntario
Jesús García López tenía tan sólo 19 años cuando comenzó la contienda civil entre las dos Españas. Como uno más del conjunto de animosos jóvenes que por entonces, como sostiene Pascual Fernández en su libro Testimonios de una tragedia, «vagaban por las calles de Bullas embargados por la pujanza de la juventud y la turbulencia de sus ideales», Jesús García se alistó voluntariamente como miliciano en defensa de la República. Ello hace suponer que pasara a formar parte de la Sexta Brigada Mixta, creada en octubre de 1936 en Murcia y compuesta casi en su totalidad por fuerzas militares de la región levantina.
Allí coincidió con varios vecinos de Bullas, entre los que se encontraba Esteban García. Con éste entabló una gran amistad que perduró toda la guerra y que sirvió para que la memoria de Jesús García perdurara en el tiempo a través de su testimonio.
Tomás García recuerda que en una entrevista con Esteban García, fallecido hace tan sólo unas semanas, el fiel amigo de su tío reconoció que supo de su muerte pocos días después de que ocurriese. Tras haber recorrido media España, como batallón de choque, la Sexta Brigada permanecía en el barrio madrileño de Puerta del Hierro, zona tradicionalmente universitaria. En agosto y septiembre de 1938, el batallón levantino realizó sus últimos movimientos entre Madrid, Requena y el frente de Extremadura. Fue en esos meses cuando Esteban y Jesús García se separaron definitivamente, encontrando la suerte de forma distinta a su camino. Esteban regresaría a su pueblo natal presintiendo que el asedio del ejército franquista acabó con la vida de su amigo Jesús.
Con la aparición de un protagonista más de aquella España cada día más olvidada, nuevos recuerdos intentan recomponer un puzle sellado con ira y, a su vez, con miedo. Es éste el caso de Salvador Olmedo.
Al igual que Jesús y Esteban García, otros vecinos de Bullas se alistaron voluntariamente en las tropas republicanas. Por aquella época, la propensión de jóvenes bullenses a comprometerse con los ideales de la República era mayor que en otras localidades. La Sexta Brigada Mixta del Ejército Popular republicano acogió en sus filas a un total de 86 bullenses, aquellos que en los primeros meses de la contienda estamparon su firma en la Comisaría Civil de Reclutamiento de Murcia.
Uno de ellos fue Salvador Olmedo Sánchez, sindicalista perteneciente a la UGT. A pesar de tener 40 años, edad poco propicia para las labores de guerra, Salvador Olmedo se ofreció a colaborar en defensa de la República. Su nieto, Salvador Olmedo Botía, asume la posibilidad de que su abuelo presentase su disposición a participar en la guerra como afiliado de la UGT. «Es posible que en 1937 se encuadrase en la Sexta Brigada Mixta, perteneciente al Quinto Regimiento, cuyo comisario era del partido comunista», afirma.
Como Jesús García, y tanto otros, el paradero de los restos de Salvador Olmedo se halla desaparecido. «Lo malo de que perteneciera a la Sexta Brigada Mixta es que, al ser un batallón de choque, luchó en tantos sitios -desde Morata de Tajuña a la sierra del Guadarrama, y de Córdoba a Teruel- que es muy difícil encontrarlo. Además, el archivo de Salamanca sólo recoge datos de altos cargos, olvidándose de miles de milicianos».
Baja en el padrón de 1937
La ausencia de Jesús García perduró en los años posteriores como un triste y obligado silencio, luto ante una pérdida deshonrosa para el nuevo Régimen. A pesar de no existir un documento acreditativo de su fallecimiento, en el Cuaderno Auxiliar de empadronamiento de 1937, perteneciente al archivo histórico de Bullas, aparece en la sección de «bajas» la cantidad de una persona, referida al domicilio número 54 de la calle Pliego. Tomás García asume que ningún miembro de su familia falleció en esa fecha, por lo que, teniendo en cuenta la inexactitud de los archivos estadísticos de la época, la muerte de Jesús García ya era un hecho consumado.
Sin embargo, el trámite legal de publicar en el Boletín Oficial del Estado su supuesta desaparición conllevó de inmediato la adjudicación de un testamento por parte de los órganos de justicia. «Mis abuelos llegaron a tener en sus manos el certificado de defunción de mi tío Jesús, pero al morir y vender su casa, toda aquella documentación desapareció», reconocía Andrés García, otro de los sobrinos del soldado republicano.
Finalmente, el desaparecido que paseaba por la prensa, las tertulias de cafetería, incluso, los cuchicheos vecinales, estaba muerto desde hace unos 70 años. El interés de una familia humilde por rescatar una cifra, puede que insignificante, de dinero ha permitido conocer a un resquicio más de nuestro pasado. Jesús García pudo ser un héroe, referente de lucha o de paz, o quizá un simple joven arriesgado, ideológicamente comprometido. A pesar de desconocerlo, hoy podemos sustentarnos en su escasa biografía conocida para, por fin, hablar después de tanto silencio.
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