El grupo aéreo de rescate atiende todo el año las urgencias en la montaña y en el litoral murciano
29.08.12 - 00:59 -
J. G. BADÍA | ALCANTARILLA./ La Verdad
Trabajan del orto al ocaso. Desde el amanecer hasta el anochecer, y en la mayoría de los casos lo hacen, como mínimo, a 74 metros de altura, que es la distancia que mide el cable guía del helicóptero del que descienden los miembros del grupo de rescate aéreo del Consorcio de Extinción de Incendios (CEIS), para la búsqueda y auxilio de personas en zonas montañosas, en tierra firme o en el mar. No importa el sitio, solo tienen una premisa en cada emergencia: deben estar en el aire en un tiempo máximo de diez minutos porque cuando se marcha el sol ya no pueden seguir trabajando.
Este grupo, compuesto por veinte rescatadores, un mando y un sargento, con sede en la Base Aérea de Alcantarilla en lo que va de año ha practicado seis rescates: 3 en montaña, 2 en zonas costeras de difícil acceso, y uno en un embalse. Una cifra muy por debajo de las veinte intervenciones de 2011, pero que no evita que en cada rescate se sigan jugando la vida en las sierras de Ascoy o Espuña, y en calas y playas de Calblanque, Calnegre y Calabardina.
«Vamos allí donde no puede entrar nadie, es un trabajo de precisión», resume Fernando Bermúdez, piloto del helicóptero (modelo Bell-412) y de cuyo pulso al volante depende la vida del 'grúa' y de los dos rescatadores (R1 y R2) que viajan con él en cada intervención, y que a la postre se dejarán caer a través de los 74 metros útiles que tiene el cable guía.
«A veces tenemos que hacer pasar el gancho por un hueco de cincuenta centímetros para que llegue a la mano del rescatador». Es ahí cuando el pulso de Fernando resulta vital para lograr un estacionario alto ('Hover'), una maniobra consistente en mantener los 1.600 caballos de potencia del helicóptero sobre la zona donde se encuentra el accidentado, a pesar de las rachas de viento.
Una vez estabilizado el Bell-412 sobre el objetivo, el grúa Rafael García debe evitar el efecto péndulo del cable, dependiendo de los metros y de las condiciones climatológicas. Cuando la intervención se desarrolla en zona montañosa, el helicóptero debe alejarse de cualquier conexión con un punto fijo para evitar accidentes, por lo que la aeronave deja al rescatador en algún punto de la sierra o de la pared montañosa y se marcha. Los 380 metros de altura de las Paredes de Leyva, en Sierra Espuña, un paraje muy frecuentada por escaladores, es uno de los más complicados. En el caso de las zonas de costa, el Bell-412 no puede bajar demasiado porque con las aspas de la aeronave podrían levantar oleaje y perjudicar a la víctima.
«Nos jugamos la vida»
Una vez que el cable ha llegado al rescatador, y éste estabiliza al herido, llega el momento más crítico de toda intervención: «El peso del helicóptero está desplazado, uno de los dos motores asume más carga y el centro de gravedad varía», subraya el piloto Fernando Bermúdez. Deben hilar muy fino para que rescatador y herido regresen sin problemas al helicóptero.
Esta arriesgada rutina de trabajo, en tierra o mar, casi siempre la deben hacer «por un problema de civismo. Nos ponemos en peligro por culpa de que la gente no atiende a nada», lamenta Víctor Díaz (R 1), rescatador acostumbrado a dejarse caer desde las alturas desde hace nueve años. Éste argumento también lo comparte el 'grúa' Rafael García, quien zanja que «sus desgracias justifican nuestro trabajo». Aunque a veces podrían evitarse las intervenciones de este grupo de rescate aéreo, a tenor de algunos de los ejemplos que pone el rescatador (R 2), Mariano Belmonte: «Una vez tuvimos que rescatar a un tipo que escaló la montaña en chanclas. Dos hermanos hicieron el descenso del cañón de Almadenes, sin casco ni chalecos y terminaron agarrados a un tronco».
Pero a pesar de las imprudencias que a veces deben subsanar, no pueden llegar tensos a la zona del accidentado, casi que deben hacerlo con una sonrisa: «Un americano se cayó en Cabo Cope por un acantilado y tenía la tibia fuera, cuando encuentras a una persona herida no puedes poner caras ni decirle que está mal. Le dices 'tranquilo, todo irá bien'». Esa faceta de psicólogo es la que ejerce Mariano con los heridos antes de colocarles el arnés y subir con ellos al helicóptero. «Eso cuando están vivos, porque cuando llegas y están muertos, te quedas tocado». Justo por eso, deben estar listos para todo y cada año realizan cuatro prácticas en montaña y en el mar con 'Manolo', un muñeco de 90 kilos de peso con el que se ponen a prueba porque cuando se trabaja en las alturas lo más importante no es saber bajar, sino regresar vivo a la base.
No hay comentarios:
Publicar un comentario