Alexia Salas/ la Verdad
Tras unos primeros años de esplendor -aquella época de El Varadero-, La Curva mantuvo el poder de convocatoria con menos luces y más sombras, hasta que dio su último estertor en 2008. Entre sus luces, la atracción de público mayoritariamente joven, del que se nutrían algunos de los otros locales cercanos, y la tranquilidad de los padres al evitar los desplazamientos nocturnos en coche.
Proyectaron su sombra los ruidos nocturnos, los restos del botellón que proliferó en los alrededores, la suciedad en calles y portales, pero también a lo largo y ancho de la playa, donde los bañistas tropezaban por la mañana con cristales y otros residuos. En los últimos años, el Ayuntamiento se vio obligado a contratar seguridad privada, además de las horas extra de los policías locales para atender la zona de marcha, que protagonizó algunas trifulcas de diversa gravedad, entre porteros y clientes, o entre asistentes a los bares de copas.
La mayor sombra de todas procedía del agravio comparativo que sufrían los otros hosteleros de la localidad frente al privilegio de los bares de La Curva, en primera línea de mar y sumergidos en una impune ilegalidad.
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