Cartagena ha tenido buenos doctores que hasta pasaban consulta de madrugada
Romero Galiana, tras ser operado de vesícula, salió dispuesto a comer paella de carne
Romero Galiana, tras ser operado de vesícula, salió dispuesto a comer paella de carne
La Verdad
Contra la osadía de escribir de médicos que en medio siglo ejercieron en Cartagena, me agarro cobardemente al tablón salvador y escribo: Cualquier omisión que hubiere sería involuntaria.
Los pacientes cartageneros tuvieron la suerte en cuatro o cinco décadas de contar con buenos médicos, algunos de ellos venerados por sus enfermos, sin que faltasen los criticados, casi siempre por ser 'malafollá' al no firmar la receta solicitada. Y uno de los doctores con mejor prensa era José Pajarón, con consulta en calle del Escorial, cerca del colegio Hispania. Pajarón, quien asimismo era médico de empresa en Explosivos Ríotinto, iba al grano y cuando veía que a uno de sus pacientes se le había metido en el coco que tenía úlcera de duodeno o sucedáneo, sólo hablando con él dos minutos sabía que el enfermo necesitaba bicarbonato, sin más. Con un poco de agua. Don José, un buenazo, casi nunca cobraba a los pobres y si lo hacía era en calderilla de los años cincuenta y tantos.
Maravillas hablaba la gente de Vicente García Marcos. Era un pediatra que en sus años más activos iba en una moto Lambretta, de 14.000 pesetas, a las casas de los nenes para resolver sus problemas de salud. Operaba y en una intervención de urgencia salvó la vida a la pequeña hija de José Monerri, periodista de 'La Verdad' de toda la vida.
Un día García Marcos atendió una criatura enferma que, por su estado, vomitó con fuerza y lo hizo sobre él. La madre del niño no sabía cómo disculparse por la vomitera lanzada por su hijito, y Vicente la tranquilizó: «Señora, no se preocupe, que si los mecánicos cuando arreglan un coche lo normal es que se unten el cuerpo y la ropa de grasas, los pediatras tenemos que aguantar que arrojen sobre nosotros. No pasa nada».
Otros pediatras de aquí en la época de Franco eran Ángel Martínez Román, Luis Gimeno Muntada, Pérez Aguirre, José Vera, José Luis Arance de Prada, vallisoletano, que llegó a ser director del Hospital Naval, José Román y Pilar León, esposa del doctor Ángel Galindo. El matrimonio tenía consulta en Puerta de Murcia frente a Capitanía General. Hoy una hija de ambos, también llamada Pilar, ejerce de pediatra en el Naval.
El endocrino Julio Huertas Sepulcre, también militar, puso y aún pone a muchos cartageneros gorditos a dieta, en tanto el doctor E. Chacón nos miraba qué tal marchaban los riñones y José Díaz del Villar, con su peculiar voz de operado de garganta, intervenía en un periquete de fimosis a los mozos en su clínica por unas dos mil o tres mil pesetas de los años sesenta al setenta. Y, ¿qué decir de Eduardo Bonet? Le gustaban los toros y la capa. Gran cartagenero.
Visitas a las 3 de la mañana
Casimiro Bonmatí Azorín, a quien dedicaron en la ciudad un busto, tenía la peculiaridad de poner extraños horarios a sus visitas domiciliarias, según su propia conveniencia: para él era normal y frecuente ir a casa de un enfermo a las 2 o a las 3 de la madrugada. Entonces la gente no mataba el tiempo esperando el último Telediario. Lo único que se oía entonces a esas horas era la clandestina Radio Pirenaica. Su hijo, Casimiro Bonmatí Limorte, especialista de la piel, no había heredado de su padre la tendencia a esos horarios intempestivos.
Los hermanos Gutiérrez Meca también hicieron historia. José era muy popular en Alumbres y en el Ambulatorio del Parchís (Las Seiscientas); su hermano, Ginés, en calle Sagasta y domicilio a dos metros de lo que hoy es La Tartana). Y si Ginés era pausado en su quehacer y dialogante, José tenía fama de resolver las consultas del seguro a la velocidad del rayo. Me dicen que una mañana, a las 8, comenzó a despachar en la Seguridad Social a 47 pacientes y a las 8,15 ya había acabado con todos.
Otra conocida saga de médicos cartageneros fue la de los Pérez Cuadrado (Javier, José Luis y Enrique, este último dirigente de la Semana Internacional del Cine Naval y del Mar en su mejor etapa). Y los Rodríguez Barrionuevo, con descendencia médica por lo que respecta a Salvador, aún con clínica con su hijo en la plaza de España.
De diferentes lares vinieron y triunfaron. Hay que referirse, entre otros, a Salvador García Ramos, almeriense, que despachó en avenida Reina Victoria miles de reconocimientos médicos para el permiso de conducir y colaboró con los cantonales (concejal) y con el fútbol (Efesé). Y otro galeno implicado con el balompié local en 1959, como también lo fue José Alonso Hurtado, fue ÁngelAbengoechea, zaragozano, traumatólogo ('Doctor Escayola' era el cariñoso mote que muchos le endosaron) y director de la Cruz Roja. También traumatólogo, escritor y californio, ya casi de la nueva ola, Carlos Ferrándiz.
Como cirujano de la plaza de Toros de Cartagena hay que situar a José García Cervantes, quien intervino de apendicitis a cientos de cartageneros en el Hospital de Caridad (Los Pinos) y en el del Rosell. Otro excelente espada de la cirugía, Rafael González Costea. En lo tocante a ayudar a traer gente al mundo, José Luis Jiménez, Florencio Pérez. Y en el apartado de dentistas, De las Nieves, Barahona, Luque Torres, Cerezuela, Del Valle, Bermejo...
Un médico popular en el ambulatorio era Julio Moreno, que residía en Murcia y se desplazaba todas las tardes a Cartagena en el coche de línea, por tener aversión al vehículo propio.
Galenos de empresa
Médicos de empresa eran una mayoría entre los años 50 y 70. Bastantes de los citados líneas arriba. Añado otros como CristóbalTorres, primer jefe de servicios médicos en Refinería, donde asimismo trabajaron Bonmatí Limorte, Eduardo Emilio Borgoñós Gómez, y Carlos Romero Galiana, fan de los molinos de viento, líder cantonalista y uno de los últimos en dejarnos. Un día de los años 80 operaron a Carlos de vesícula en el Perpetuo Socorro y, convaleciente, me dijo: «Ahora podré comer todas las paellas que quiera de pollo y conejo en la venta del Miedoso».
La lista de médicos de empresa continúa con Carlos Lozano (Peñarroya), Juan Antonio Cerrada (Bazán) y siguen en el recuerdo José María Lapuerta, otorrino en el edificio Teatro Circo; Mariano Benedicto, en Glorieta de San Francisco; José Celdrán, en Puerta de Murcia, Pedro Soler, José Luis Soler (internista), Pedro Jorquera Smichd (en Santa Lucía). Capítulo aparte para Isidoro García Ráez, quien también era presidente del sindicato de regantes. Adicto a los puros del vecino estanco de Aniceto, como un buen número de médicos de la 'vieja guardia' no renunciaba al descaro de fumar incluso en su propia consulta mientras ordenaba al enfermo que dijese 33. García Ráez había trabajado tanto que a su muerte dicen dejó una fortuna de más de mil millones de pesetas. Su consulta se localizaba arriba del emblemático edificio del Gran Bar. Cerca, en calle Medieras, ejerció José Limón, especialista en enfermedades mentales.
Domingo Noguera, Manuel Mas Gilabert y su yerno Fernando Jiménez Cervantes; los urólogos Fulgencio Roca, Santiago Lescure y Matías Lafuente entran en nuestra incompleta lista. Dejo para el final a Pilar Berlinches, neumóloga en el Rosell, 'oro molío', que hace dos lustros ayudó al firmante de estas líneas a salir de la 'corná' de un bacilo.
Contra la osadía de escribir de médicos que en medio siglo ejercieron en Cartagena, me agarro cobardemente al tablón salvador y escribo: Cualquier omisión que hubiere sería involuntaria.
Los pacientes cartageneros tuvieron la suerte en cuatro o cinco décadas de contar con buenos médicos, algunos de ellos venerados por sus enfermos, sin que faltasen los criticados, casi siempre por ser 'malafollá' al no firmar la receta solicitada. Y uno de los doctores con mejor prensa era José Pajarón, con consulta en calle del Escorial, cerca del colegio Hispania. Pajarón, quien asimismo era médico de empresa en Explosivos Ríotinto, iba al grano y cuando veía que a uno de sus pacientes se le había metido en el coco que tenía úlcera de duodeno o sucedáneo, sólo hablando con él dos minutos sabía que el enfermo necesitaba bicarbonato, sin más. Con un poco de agua. Don José, un buenazo, casi nunca cobraba a los pobres y si lo hacía era en calderilla de los años cincuenta y tantos.
Maravillas hablaba la gente de Vicente García Marcos. Era un pediatra que en sus años más activos iba en una moto Lambretta, de 14.000 pesetas, a las casas de los nenes para resolver sus problemas de salud. Operaba y en una intervención de urgencia salvó la vida a la pequeña hija de José Monerri, periodista de 'La Verdad' de toda la vida.
Un día García Marcos atendió una criatura enferma que, por su estado, vomitó con fuerza y lo hizo sobre él. La madre del niño no sabía cómo disculparse por la vomitera lanzada por su hijito, y Vicente la tranquilizó: «Señora, no se preocupe, que si los mecánicos cuando arreglan un coche lo normal es que se unten el cuerpo y la ropa de grasas, los pediatras tenemos que aguantar que arrojen sobre nosotros. No pasa nada».
Otros pediatras de aquí en la época de Franco eran Ángel Martínez Román, Luis Gimeno Muntada, Pérez Aguirre, José Vera, José Luis Arance de Prada, vallisoletano, que llegó a ser director del Hospital Naval, José Román y Pilar León, esposa del doctor Ángel Galindo. El matrimonio tenía consulta en Puerta de Murcia frente a Capitanía General. Hoy una hija de ambos, también llamada Pilar, ejerce de pediatra en el Naval.
El endocrino Julio Huertas Sepulcre, también militar, puso y aún pone a muchos cartageneros gorditos a dieta, en tanto el doctor E. Chacón nos miraba qué tal marchaban los riñones y José Díaz del Villar, con su peculiar voz de operado de garganta, intervenía en un periquete de fimosis a los mozos en su clínica por unas dos mil o tres mil pesetas de los años sesenta al setenta. Y, ¿qué decir de Eduardo Bonet? Le gustaban los toros y la capa. Gran cartagenero.
Visitas a las 3 de la mañana
Casimiro Bonmatí Azorín, a quien dedicaron en la ciudad un busto, tenía la peculiaridad de poner extraños horarios a sus visitas domiciliarias, según su propia conveniencia: para él era normal y frecuente ir a casa de un enfermo a las 2 o a las 3 de la madrugada. Entonces la gente no mataba el tiempo esperando el último Telediario. Lo único que se oía entonces a esas horas era la clandestina Radio Pirenaica. Su hijo, Casimiro Bonmatí Limorte, especialista de la piel, no había heredado de su padre la tendencia a esos horarios intempestivos.
Los hermanos Gutiérrez Meca también hicieron historia. José era muy popular en Alumbres y en el Ambulatorio del Parchís (Las Seiscientas); su hermano, Ginés, en calle Sagasta y domicilio a dos metros de lo que hoy es La Tartana). Y si Ginés era pausado en su quehacer y dialogante, José tenía fama de resolver las consultas del seguro a la velocidad del rayo. Me dicen que una mañana, a las 8, comenzó a despachar en la Seguridad Social a 47 pacientes y a las 8,15 ya había acabado con todos.
Otra conocida saga de médicos cartageneros fue la de los Pérez Cuadrado (Javier, José Luis y Enrique, este último dirigente de la Semana Internacional del Cine Naval y del Mar en su mejor etapa). Y los Rodríguez Barrionuevo, con descendencia médica por lo que respecta a Salvador, aún con clínica con su hijo en la plaza de España.
De diferentes lares vinieron y triunfaron. Hay que referirse, entre otros, a Salvador García Ramos, almeriense, que despachó en avenida Reina Victoria miles de reconocimientos médicos para el permiso de conducir y colaboró con los cantonales (concejal) y con el fútbol (Efesé). Y otro galeno implicado con el balompié local en 1959, como también lo fue José Alonso Hurtado, fue ÁngelAbengoechea, zaragozano, traumatólogo ('Doctor Escayola' era el cariñoso mote que muchos le endosaron) y director de la Cruz Roja. También traumatólogo, escritor y californio, ya casi de la nueva ola, Carlos Ferrándiz.
Como cirujano de la plaza de Toros de Cartagena hay que situar a José García Cervantes, quien intervino de apendicitis a cientos de cartageneros en el Hospital de Caridad (Los Pinos) y en el del Rosell. Otro excelente espada de la cirugía, Rafael González Costea. En lo tocante a ayudar a traer gente al mundo, José Luis Jiménez, Florencio Pérez. Y en el apartado de dentistas, De las Nieves, Barahona, Luque Torres, Cerezuela, Del Valle, Bermejo...
Un médico popular en el ambulatorio era Julio Moreno, que residía en Murcia y se desplazaba todas las tardes a Cartagena en el coche de línea, por tener aversión al vehículo propio.
Galenos de empresa
Médicos de empresa eran una mayoría entre los años 50 y 70. Bastantes de los citados líneas arriba. Añado otros como CristóbalTorres, primer jefe de servicios médicos en Refinería, donde asimismo trabajaron Bonmatí Limorte, Eduardo Emilio Borgoñós Gómez, y Carlos Romero Galiana, fan de los molinos de viento, líder cantonalista y uno de los últimos en dejarnos. Un día de los años 80 operaron a Carlos de vesícula en el Perpetuo Socorro y, convaleciente, me dijo: «Ahora podré comer todas las paellas que quiera de pollo y conejo en la venta del Miedoso».
La lista de médicos de empresa continúa con Carlos Lozano (Peñarroya), Juan Antonio Cerrada (Bazán) y siguen en el recuerdo José María Lapuerta, otorrino en el edificio Teatro Circo; Mariano Benedicto, en Glorieta de San Francisco; José Celdrán, en Puerta de Murcia, Pedro Soler, José Luis Soler (internista), Pedro Jorquera Smichd (en Santa Lucía). Capítulo aparte para Isidoro García Ráez, quien también era presidente del sindicato de regantes. Adicto a los puros del vecino estanco de Aniceto, como un buen número de médicos de la 'vieja guardia' no renunciaba al descaro de fumar incluso en su propia consulta mientras ordenaba al enfermo que dijese 33. García Ráez había trabajado tanto que a su muerte dicen dejó una fortuna de más de mil millones de pesetas. Su consulta se localizaba arriba del emblemático edificio del Gran Bar. Cerca, en calle Medieras, ejerció José Limón, especialista en enfermedades mentales.
Domingo Noguera, Manuel Mas Gilabert y su yerno Fernando Jiménez Cervantes; los urólogos Fulgencio Roca, Santiago Lescure y Matías Lafuente entran en nuestra incompleta lista. Dejo para el final a Pilar Berlinches, neumóloga en el Rosell, 'oro molío', que hace dos lustros ayudó al firmante de estas líneas a salir de la 'corná' de un bacilo.
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