La falta de trabajo y la dificultad para hallar una vivienda son las causas de la ausencia de población foránea
Sólo cuatro inmigrantes están empadronados en el municipio más pequeño de la Región
Sólo cuatro inmigrantes están empadronados en el municipio más pequeño de la Región
La población inmigrante brilla por su ausencia en Ojós. Apenas cuatro personas, tres mujeres y un hombre que vive en el campo, se dejan ver por el pueblo más pequeño de la Región con apenas 600 habitantes, cifra que contrasta con los cientos de inmigrantes que viven en Abarán o los miles que lo hacen en Torre Pacheco, por poner un ejemplo. De hecho, es el municipio de la Región que menos inmigrantes tiene empadronados.
Para su alcalde, Francisco Salinas, las razones por las cuales el pueblo no es un destino apropiado para los inmigrantes son fundamentalmente «la falta de trabajo y de viviendas para alquilar, ya que los inmigrantes necesitan casa para vivir». En los últimos seis años, Ojós no ha tenido trabajadores inmigrantes y en la actualidad son tres las mujeres que viven en el pueblo cuidando a personas mayores. «Aquí no hay racismo ni se le ha prohibido empadronarse a nadie», advierte el alcalde poniéndose la venda antes de recibir la pregunta.
La mañana es fría y apenas media docena de hombres dialogan en la calle principal. Con algo de trabajo encontramos a la única mujer inmigrante que ayer trabajó, ya que las otras dos libraron. Angélica Cabrera aparece del brazo de Carmen Bermejo Palazón por la zona del río.
La historia de Angéelica Cabrera rezuma bondad y humanidad. Nacida en Cuenca, pero en la de la provincia ecuatoriana del Azuay, tiene 30 años y lleva dos en España.
Tras trabajar varios meses en Villanueva, recaló en Ojós, donde desde octubre cuida de Carmen. Geli, como le llama la señora, está contenta con el trabajo, pero se marcha en mayo a Ecuador a ver a sus cuatro hijos -de 6, 7, 9 y 13 años-, «a los que no veo desde hace dos años, pues se encuentran con mis padres». A Angélica le puede ganar la melancolía y no sabe si volverá, «pues los echo mucho de menos», se lamenta, y afirma que «no he tenido nunca problemas con los vecinos, con los que me llevo muy bien».
Entendimiento total
El entendimiento entre ambas es total en el domicilio de Carmen Bermejo, gallega nacida hace 80 años en San Esteban de Anós (La Coruña), que a los dos años se vino a vivir a Ojos siguiendo a su madre, maestra. Ciega desde hace veinte años, Carmen tiene dos hijos que vienen a verla los fines de semana y una hermana -las otras dos ya fallecieron- que vive en Jaén. Ahora son los ojos de Angélica los que le transmiten el verde de la huerta que rodea al pueblo, o el blanco del Segura arremolinándose en el azud, unos ojos nuevos para un paisaje que no envejece.
Carmen llegó a hacer un esfuerzo económico para operarse en la clínica Quirón, de Barcelona, pero de poco le sirvió. Así que entre lo que Angélica le cuenta, su radio y el rosario que reza cinco veces al día para pedir por todos, va consumiendo los días. Elogia de Geli que «es muy buena y educada», mientas que Angélica responde que «es obediente, me trata muy bien y es para mí como una madre».
Para su alcalde, Francisco Salinas, las razones por las cuales el pueblo no es un destino apropiado para los inmigrantes son fundamentalmente «la falta de trabajo y de viviendas para alquilar, ya que los inmigrantes necesitan casa para vivir». En los últimos seis años, Ojós no ha tenido trabajadores inmigrantes y en la actualidad son tres las mujeres que viven en el pueblo cuidando a personas mayores. «Aquí no hay racismo ni se le ha prohibido empadronarse a nadie», advierte el alcalde poniéndose la venda antes de recibir la pregunta.
La mañana es fría y apenas media docena de hombres dialogan en la calle principal. Con algo de trabajo encontramos a la única mujer inmigrante que ayer trabajó, ya que las otras dos libraron. Angélica Cabrera aparece del brazo de Carmen Bermejo Palazón por la zona del río.
La historia de Angéelica Cabrera rezuma bondad y humanidad. Nacida en Cuenca, pero en la de la provincia ecuatoriana del Azuay, tiene 30 años y lleva dos en España.
Tras trabajar varios meses en Villanueva, recaló en Ojós, donde desde octubre cuida de Carmen. Geli, como le llama la señora, está contenta con el trabajo, pero se marcha en mayo a Ecuador a ver a sus cuatro hijos -de 6, 7, 9 y 13 años-, «a los que no veo desde hace dos años, pues se encuentran con mis padres». A Angélica le puede ganar la melancolía y no sabe si volverá, «pues los echo mucho de menos», se lamenta, y afirma que «no he tenido nunca problemas con los vecinos, con los que me llevo muy bien».
Entendimiento total
El entendimiento entre ambas es total en el domicilio de Carmen Bermejo, gallega nacida hace 80 años en San Esteban de Anós (La Coruña), que a los dos años se vino a vivir a Ojos siguiendo a su madre, maestra. Ciega desde hace veinte años, Carmen tiene dos hijos que vienen a verla los fines de semana y una hermana -las otras dos ya fallecieron- que vive en Jaén. Ahora son los ojos de Angélica los que le transmiten el verde de la huerta que rodea al pueblo, o el blanco del Segura arremolinándose en el azud, unos ojos nuevos para un paisaje que no envejece.
Carmen llegó a hacer un esfuerzo económico para operarse en la clínica Quirón, de Barcelona, pero de poco le sirvió. Así que entre lo que Angélica le cuenta, su radio y el rosario que reza cinco veces al día para pedir por todos, va consumiendo los días. Elogia de Geli que «es muy buena y educada», mientas que Angélica responde que «es obediente, me trata muy bien y es para mí como una madre».
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