Las casas-cueva de la zona de Los Casones siguen siendo testigos mudos de una época pasada en la que la necesidad obligó a vivir bajo la sierra
25.10.09 -
ANTONIO GÓMEZ CIEZA/ La Verdad
25.10.09 -
ANTONIO GÓMEZ CIEZA/ La Verdad
Es como si el siglo XXI mantuviera la herencia de los modos de vida que desarrollaron los prehistóricos que habitaron lo que hoy se ha convertido en Patrimonio de la Humanidad: las cuevas del Barranco de los Grajos y La Serreta. Hablar en Cieza de casas-cueva es hacerlo de casones, que, según el glosario de la revista Trascieza, «son viviendas excavadas en la tierra, a modo troglodita, con algunos cerramientos exteriores de yeso y piedras que se localizaban en varios puntos de la falda meridional de la Sierra de Ascoy, en las inmediaciones de la Fuente del Ojo, agrupados en tres núcleos: El Losao, justo encima de la fuente, conocidos como Casones de la Fuente, a su izquierda, mirando desde la fuente, El Toledillo, y, a su derecha, El Realejo, detrás del cementerio».
En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, como consecuencia del duro epílogo de la Guerra Civil, la escasez de viviendas en el pueblo obligó a más de 100 familias ciezanas -entre 600 y 800 personas sin techo, los casoneros- a vivir en estos abrigos abiertos en las paredes de la sierra, según relató en 2005 Jerónimo Villa Torá. Eran generalmente braceros, hilaores, picaoras y menaores, obreros adscritos a la industria espartera los que poblaban esta zona marginal del extrarradio ciezano.
Igualmente, con el tiempo, se abrirían tres casones más en la falda de la Atalaya, el del Tío Perico y, por encima de éste, los dos Casones del Castillo.
Éstos últimos se hallan actualmente deshabitados. Sin embargo, a pesar de que el ayuntamiento cegó y destruyó muchos de ellos en la Sierra de Ascoy hace unos tres lustros para evitar que fueran utilizados, en El Realejo todavía quedan siete de estas casas-cueva sin escriturar, aunque con luz eléctrica y pertrechadas con sus correspondientes electrodomésticos, que permanecen ocupadas principalmente por inmigrantes.
En estas zona rige un código particular. Traspasar la frontera era aventurarse en un terreno donde se aplicaba «la ley de los sin ley». En sus primeros tiempos, habitáculos sin retretes ni condiciones higiénicas donde la lámpara de aceite y el carburo iluminaban tristemente las noches breves ante la inminencia de los madrugones para trabajar. Territorios de personajes míticos como El Tusa o el gran patriarca Román El Gitano.
Con el paso del tiempo, fueron aliviándose las duras condiciones que ofrecían, pero aun así, hoy continúan siendo reductos de marginalidad, como si algunas cosas no hubieran cambiado a pesar de la era de internet.
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