domingo, 5 de diciembre de 2010

CARTAGENA/ Los jefes del puerto

Ni el frío ni la lluvia. Sólo el viento, si atiza con ganas. Cuando hay un barco atracado, nada se para en el puerto de Cartagena. Un mercante mueve mucho dinero, y no sólo el que vale su carga; también las tarifas que paga por los servicios portuarios, que pueden ascender a varios miles de euros por una hora amarrado en los muelles Santa Lucía o Escombreras. En ese contexto, el trabajo de los técnicos que realizan las operaciones de carga y descarga es esencial. Un minuto de retraso en una maniobra puede costar un dineral a un armador; una jornada de brazos caídos puede ocasionar dolores de cabeza a toda la organización portuaria y un gran agujero en sus cuentas. De ahí que los imprescincibles estibadores sigan siendo una casta especial; unos privilegiados del sistema a los que tratan de apretarles el cinturón.
«El puerto no puede estar en manos de gente que cobra 6.000 euros al mes», suele decir con asiduidad Adrián Ángel Viudes. El presidente de la Autoridad Portuaria lleva cinco años enfrentado a los estibadores por intentar controlar un sector poderoso en toda España sólo por tener asegurada legalmente la exclusividad de los trabajos en los muelles. La consecuencia de tanta enemistad es un rosario de amenazas y demandas judiciales del sindicato mayoritario del sector -Coordinadora Estatal de Trabajadores del Mar- pero también una reducción de los costes que ha permitido al Puerto crecer un 40% en mercancía general y movimiento de contenedores en el primer semestre del 2010.
La clave está en que Viudes ha dado más competencias en los muelles a las empresas especializadas del sector: ahora un estibador de Cartagena baja o sube la carga a un buque, como está reglado. Pero es el personal de las agencias consignatarias el que la mueve en tierra, agilizando tareas y abaratando costes.
Basta con pisar el puerto para comprobar que la atmósfera pendenciera que describe el clásico del cine 'La ley del silencio' debió pasar a la historia hace bastante tiempo. En las interminables explanadas ya no quedan tipos de brazos de acero que acarrean sacos en camiseta de tirantes y beben anis de un grasiento porrón. Su lugar lo ocupan técnicos de operaciones portuarias bien uniformados que lo mismo manejan una máquina elevadora, se encaraman a una grúa puente tan alta como cuatro pisos o controlan con un ordenador portátil la carga de un mercante.
De los tiempos en los que mucha gente creía ver en aquella casta de humildes obreros un hampa portuario quedan cuatro expresiones de una jerga en desuso («repartir las chapas», que es nombrar los servicios, o «dar el olivo», la gratificación por un trabajo extraordinario), algunos motes de las dinastías más famosas y todo el poder de los 44 empleados de Sesticarsa, la sociedad mixta participada por el Puerto y varias empresas del sector. Poder que deriva de un sistema de monopolio heredado de las antiguas Organizaciones de Trabajadores Portuarios, creadas en 1947 por el ministro franquista José Antonio Girón de Velasco.
«Es gente sencilla, pero yo los comparo con los controladores aéreos», dice la gerente de Sesticarsa, Isabel Rosique, para explicar la relevancia del trabajo del estibador.
Organización singular
Cada sociedad, como Sesticarsa, tiene constituida una bolsa de trabajadores que están a disposición de las empresas marítimas. Éstas pagan una tarifa por trabajos determinados y tiempo concreto de servicio. Un trabajador puede echar cuatro horas como capataz un lunes por la mañana descargando grano en Escombreras a un precio determinado y al día siguiente cargar contenedores como gruista en Santa Lucía durante seis horas por otra cantidad. Y si durante los próximos tres días no llega ni un solo barco, tres días que se queda en casa.
«Este trabajo es muy especial. Si te mandan en barco un coche de Italia, tú no puedes entrar al muelle a por él aunque sea tuyo. Te lo descargamos nosotros, y luego una empresa consignataria te lo saca del muelle. Fuera ya es tuyo», explica con sencillez Antonio Fernández Correas, asesor de operaciones portuarias de 45 años que empezó en Sesticarsa de peón a los 18.
«A mí me metió mi padre, que era estibador, y entonces cobraba 180.000 pesetas, cuando mi suegro en la Bazán estaba en 80.000», explica Antonio, quien en su casta laboral es 'El Perrero', sobrenombre heredado de sus antepasados. Él, que tiene un hijo de 16 años, entiende que ahora cualquier joven de la calle con la FP II acabada y varios carnés de conducir en sus bolsillos pueda conseguir un trabajo en Sesticarsa antes que el hijo de un compañero o el suyo propio, como era tradición. «Si mi crío no valiera para estudiar, tampoco valdría para manejar una grúa que es todo tecnología y cuesta más de un millón de euros... de segunda mano», reconoce.
Pero no todos sus compañeros piensan igual. De ahí la fuerte división entre ellos ante esa pérdida de influencia. No son un secreto las maniobras de algún veterano capataz para enchufar a hijos y a yernos. Aunque con Viudes pincha en hueso. Los estibadores siguen siendo los jefes de los muelles, aunque no saben por cuánto tiempo.

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