La Verdad
Entre los muchos pueblos que se asentaron en estas tierras no faltaron los romanos como lo demuestran, además de distintos documentos, otras pruebas tangibles y sólidas que ponen de manifiesto su presencia durante varios siglos. Lorca o la Eliocroca que se menciona en el Itinerario de Antonino y en el Concilio de Elvira, quedó integrada en la provincia de la Hispania Citerior y su proceso de romanización, que llegaba desde el puerto de Carthago Nova a partir de su conquista en el año 209 antes de Cristo, fue creciente.
Ese proceso de transformación de los núcleos de población llevó a la aparición de las primeras villas romanas en la segunda mitad del siglo I a. de C. El mejor ejemplo de este tipo de casas emplazadas en el campo lo tenemos en la Quintilla. Situada al pie del Cejo de los Enamorados y a un paso del trazado de la Vía Augusta, se ha estudiado en varias excavaciones arqueológicas, aunque sigue enterrada en su mayor parte para protegerla de posibles saqueadores, hasta que sea posible completar el estudio y reconvertirla en zona museística, cuando su propiedad pase al Ayuntamiento o a la Comunidad Autónoma.
Se trata de un paraje de gran encanto natural, con unas buenas vistas sobre el valle del Guadalentín y cerca de un nacimiento de agua. Se tiene noticias de que en el año 1876 se realizó una excavación inicial en la que fue descubierto un mosaico que representaba la navegación de Venus y que parece fue destruido en esa época, aunque hay versiones de que se utilizó para una mesa.
Hasta 1981 no volvieron los arqueólogos a acordarse de la Quintilla, pero fue a partir de 1986 cuando se trabajó de forma sistemática, con diversas campañas de excavaciones, en los restos de esta villa romana.
Como resumen de lo descubierto se comprobó que en la parte residencial de la casa las habitaciones se distribuían alrededor de un atrio y de un gran patio o peristilo, ambos con un estanque en el centro. Desde el atrio se podía acceder a la zona de los baños, formada por una serie de piscinas y habitaciones pavimentadas con mosaicos donde se daban baños de agua fría y caliente.
También desde el atrio, por medio de una escalera, se sube al peristilo, donde se encuentran varias habitaciones pavimentadas con mosaicos. Hasta trece se han descubierto y las paredes estaban decoradas con pinturas murales de las que una muestra se puede ver en el Museo Arqueológico, así como algunas copias de mosaicos. La mayor parte de éstos son de motivos geométricos pero hay uno con caras de mujeres.
En opinión de los expertos el rico programa ornamental que adornaba las habitaciones de la villa de la Quintilla permite un acercamiento a las modas imperantes en Roma y en las provincias del Imperio, especialmente Hispania, en el siglo II, para decorar casas particulares.
No sólo hubo una villa romana en la Quintilla sino que los arqueólogos tienen localizados los restos de otras doce en distintos lugares de la parte norte del municipio, concretamente en Las Fontanicas, Los Villares, Las Hermanillas, El Cabezo Redondo, Los Cantos de Doña Inés, El Villar, Cerro del Calvario, Cabezo de la Encantada, Venta Oeste, Torralba y Peña María, casi todas ellas de los siglos V y VI d. C., pero de las que se conservan pocos restos
Otra de las huellas romanas se encuentra en algunos restos de la Vía Augusta, concretamente varias columnas miliarias y un tramo rocoso de tres kilómetros en el que se pueden observar rodadas de carros. De los miliarios, que eran columnas de piedra que marcaban las distancias en las 'autopistas' romanas, la más conocida, porque los lorquinos que pasan por la calle Corredera se tropiezan con ella bajo la estatua de San Vicente, fue encontrada en el siglo XVII y corresponde al reinado del emperador Augusto, en el año VIII antes de Cristo.
En 1919 se dio a conocer otro miliario hallado en el paraje de Baldazos, perteneciente al emperador Constancio Cloro. En 1994 se descubrió, por en la margen derecha del río Vélez, en las cercanías de La Parroquia, un tercer miliario de la época de Diocleciano.
Con estos hallazgos y el tramo rocoso en el paraje de Las Aljezas los expertos entienden que la Vía Augusta procedente de Cartagena entraba en el actual municipio lorquino por la zona del Raiguero de Totana, para seguir por Hinojar, La Hoya, Baldazos y cuesta de Diego Lario. Desde Lorca seguía hasta Vélez Rubio paralela al Guadalentín, pasando cerca de la Quintilla, el Consejero y Los Cautivos. Allí se desviaba por Las Aljezas para alcanzar el valle del río Vélez hasta la Fuensanta, Xiquena, El Jardín y Casas del Rubio.
Curiosamente no han aparecido restos de la primitiva calzada a su paso por el territorio lorquino salvo los ya apuntados. La justificación en la zona del valle puede estar en que los sucesivos rellenos de las tierras enterraran los posible restos a bastante profundidad, o porque el paso del tiempo y las labores agrícolas se hallan encargado de destruirlos. No obstante, hay cosas que no tienen vuelta de hoja y esa presencia romana es un hecho constatado.
Entre los muchos pueblos que se asentaron en estas tierras no faltaron los romanos como lo demuestran, además de distintos documentos, otras pruebas tangibles y sólidas que ponen de manifiesto su presencia durante varios siglos. Lorca o la Eliocroca que se menciona en el Itinerario de Antonino y en el Concilio de Elvira, quedó integrada en la provincia de la Hispania Citerior y su proceso de romanización, que llegaba desde el puerto de Carthago Nova a partir de su conquista en el año 209 antes de Cristo, fue creciente.
Ese proceso de transformación de los núcleos de población llevó a la aparición de las primeras villas romanas en la segunda mitad del siglo I a. de C. El mejor ejemplo de este tipo de casas emplazadas en el campo lo tenemos en la Quintilla. Situada al pie del Cejo de los Enamorados y a un paso del trazado de la Vía Augusta, se ha estudiado en varias excavaciones arqueológicas, aunque sigue enterrada en su mayor parte para protegerla de posibles saqueadores, hasta que sea posible completar el estudio y reconvertirla en zona museística, cuando su propiedad pase al Ayuntamiento o a la Comunidad Autónoma.
Se trata de un paraje de gran encanto natural, con unas buenas vistas sobre el valle del Guadalentín y cerca de un nacimiento de agua. Se tiene noticias de que en el año 1876 se realizó una excavación inicial en la que fue descubierto un mosaico que representaba la navegación de Venus y que parece fue destruido en esa época, aunque hay versiones de que se utilizó para una mesa.
Hasta 1981 no volvieron los arqueólogos a acordarse de la Quintilla, pero fue a partir de 1986 cuando se trabajó de forma sistemática, con diversas campañas de excavaciones, en los restos de esta villa romana.
Como resumen de lo descubierto se comprobó que en la parte residencial de la casa las habitaciones se distribuían alrededor de un atrio y de un gran patio o peristilo, ambos con un estanque en el centro. Desde el atrio se podía acceder a la zona de los baños, formada por una serie de piscinas y habitaciones pavimentadas con mosaicos donde se daban baños de agua fría y caliente.
También desde el atrio, por medio de una escalera, se sube al peristilo, donde se encuentran varias habitaciones pavimentadas con mosaicos. Hasta trece se han descubierto y las paredes estaban decoradas con pinturas murales de las que una muestra se puede ver en el Museo Arqueológico, así como algunas copias de mosaicos. La mayor parte de éstos son de motivos geométricos pero hay uno con caras de mujeres.
En opinión de los expertos el rico programa ornamental que adornaba las habitaciones de la villa de la Quintilla permite un acercamiento a las modas imperantes en Roma y en las provincias del Imperio, especialmente Hispania, en el siglo II, para decorar casas particulares.
No sólo hubo una villa romana en la Quintilla sino que los arqueólogos tienen localizados los restos de otras doce en distintos lugares de la parte norte del municipio, concretamente en Las Fontanicas, Los Villares, Las Hermanillas, El Cabezo Redondo, Los Cantos de Doña Inés, El Villar, Cerro del Calvario, Cabezo de la Encantada, Venta Oeste, Torralba y Peña María, casi todas ellas de los siglos V y VI d. C., pero de las que se conservan pocos restos
Otra de las huellas romanas se encuentra en algunos restos de la Vía Augusta, concretamente varias columnas miliarias y un tramo rocoso de tres kilómetros en el que se pueden observar rodadas de carros. De los miliarios, que eran columnas de piedra que marcaban las distancias en las 'autopistas' romanas, la más conocida, porque los lorquinos que pasan por la calle Corredera se tropiezan con ella bajo la estatua de San Vicente, fue encontrada en el siglo XVII y corresponde al reinado del emperador Augusto, en el año VIII antes de Cristo.
En 1919 se dio a conocer otro miliario hallado en el paraje de Baldazos, perteneciente al emperador Constancio Cloro. En 1994 se descubrió, por en la margen derecha del río Vélez, en las cercanías de La Parroquia, un tercer miliario de la época de Diocleciano.
Con estos hallazgos y el tramo rocoso en el paraje de Las Aljezas los expertos entienden que la Vía Augusta procedente de Cartagena entraba en el actual municipio lorquino por la zona del Raiguero de Totana, para seguir por Hinojar, La Hoya, Baldazos y cuesta de Diego Lario. Desde Lorca seguía hasta Vélez Rubio paralela al Guadalentín, pasando cerca de la Quintilla, el Consejero y Los Cautivos. Allí se desviaba por Las Aljezas para alcanzar el valle del río Vélez hasta la Fuensanta, Xiquena, El Jardín y Casas del Rubio.
Curiosamente no han aparecido restos de la primitiva calzada a su paso por el territorio lorquino salvo los ya apuntados. La justificación en la zona del valle puede estar en que los sucesivos rellenos de las tierras enterraran los posible restos a bastante profundidad, o porque el paso del tiempo y las labores agrícolas se hallan encargado de destruirlos. No obstante, hay cosas que no tienen vuelta de hoja y esa presencia romana es un hecho constatado.
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