Una exposición con 300 fotografías antiguas recuerda las labores en la huerta y en las conserveras
14.06.09 -
MANUEL HERRERO ALGUAZAS/ La Verdad
Con las fiestas patronales, en la iglesia parroquial de Alguazas no sólo se puede asistir al rezo del novenario en honor a San Onofre, sino también recrearse observando más de trescientas fotografías que bajo el título genérico de Memoria gráfica de Alguazas, agrícola y conservera, el vecino y que fuera maestro de la localidad durante más de treinta años, Joaquín Hernández Yelo, se ha preocupado por la historia de su pueblo.
Como él mismo reconoció, «lo que no se conoce no se ama». Ha publicado varios libros en relación al vivir de este pueblo para construir su propia historia. Desde el 2007 viene recopilando fotografías, esas instantáneas que permiten fijar en papel momentos del vivir de un pueblo que queda para la posteridad y que ha venido mostrando en series monográficas a través de exposiciones. Como la que se encuentra en la iglesia parroquial y que podrá ser visitada hasta hoy. Ahora el maestro se ha centrado en la agricultura, en la huerta y en el campo, y principalmente en la conserva.
En el melocotón y el albaricoque, frutas que durante todo el siglo XX fueron la base económica del municipio y que, incluso, dieron de comer a muchas familias de los municipios aledaños y a otros del Noroeste que se trasladaban durante el verano al pueblo para realizar la cosecha y preparar en las fábricas y almacenes las jaulas de albaricoques. Como preparar también los bultos o columpios y canastas de madera que guardaban frescos en su interior entre 20 y 25 kilogramos de fruta, cubierta con hierbas secas de las orillas de las acequias del municipio.
Otro tanto de fruta era para la conserva, una docena de chimeneas distribuidas por diferentes puntos del pueblo, indicaban con el humo, que bajo ellas las calderas trabajaban a altas temperaturas para conservar el trabajo de un pueblo en almíbar. Otras se trataron en los secaderos, eran aquellas que tras un proceso minucioso de trabajo en cámaras se preparaban para la deshidratación, en zarzos cubiertos de albaricoques y situados en las laderas de los montes y sobre todo en los márgenes del río Mula.
Era todo un sin vivir del pueblo. Un trabajo intenso durante los meses de verano que mantenían una economía boyante para todo el año. «Todo se aprovechaba», explica Yelo. Incluso los huesos de las frutas. La madera para prender más fácilmente el fuego de las calderas y la parte carnosa del interior, tratada igualmente para deshidratarla se convertían en falsas almendras; bueno algunas se resistían al proceso y en el merendero se escapaba su amargor.
La vida cotidiana también giró en torno a estas frutas, incluso las fiestas patronales podían verse alteradas por las faenas como la procesión de San Onofre en Junio o la de la Virgen del Carmen en el siguiente mes de julio. En numerosas ocasiones era necesario realizarlas a horas más tardías para que volviesen del campo los recolectores o que las mujeres dieran por terminada su labor en las fábricas.
14.06.09 -
MANUEL HERRERO ALGUAZAS/ La Verdad
Con las fiestas patronales, en la iglesia parroquial de Alguazas no sólo se puede asistir al rezo del novenario en honor a San Onofre, sino también recrearse observando más de trescientas fotografías que bajo el título genérico de Memoria gráfica de Alguazas, agrícola y conservera, el vecino y que fuera maestro de la localidad durante más de treinta años, Joaquín Hernández Yelo, se ha preocupado por la historia de su pueblo.
Como él mismo reconoció, «lo que no se conoce no se ama». Ha publicado varios libros en relación al vivir de este pueblo para construir su propia historia. Desde el 2007 viene recopilando fotografías, esas instantáneas que permiten fijar en papel momentos del vivir de un pueblo que queda para la posteridad y que ha venido mostrando en series monográficas a través de exposiciones. Como la que se encuentra en la iglesia parroquial y que podrá ser visitada hasta hoy. Ahora el maestro se ha centrado en la agricultura, en la huerta y en el campo, y principalmente en la conserva.
En el melocotón y el albaricoque, frutas que durante todo el siglo XX fueron la base económica del municipio y que, incluso, dieron de comer a muchas familias de los municipios aledaños y a otros del Noroeste que se trasladaban durante el verano al pueblo para realizar la cosecha y preparar en las fábricas y almacenes las jaulas de albaricoques. Como preparar también los bultos o columpios y canastas de madera que guardaban frescos en su interior entre 20 y 25 kilogramos de fruta, cubierta con hierbas secas de las orillas de las acequias del municipio.
Otro tanto de fruta era para la conserva, una docena de chimeneas distribuidas por diferentes puntos del pueblo, indicaban con el humo, que bajo ellas las calderas trabajaban a altas temperaturas para conservar el trabajo de un pueblo en almíbar. Otras se trataron en los secaderos, eran aquellas que tras un proceso minucioso de trabajo en cámaras se preparaban para la deshidratación, en zarzos cubiertos de albaricoques y situados en las laderas de los montes y sobre todo en los márgenes del río Mula.
Era todo un sin vivir del pueblo. Un trabajo intenso durante los meses de verano que mantenían una economía boyante para todo el año. «Todo se aprovechaba», explica Yelo. Incluso los huesos de las frutas. La madera para prender más fácilmente el fuego de las calderas y la parte carnosa del interior, tratada igualmente para deshidratarla se convertían en falsas almendras; bueno algunas se resistían al proceso y en el merendero se escapaba su amargor.
La vida cotidiana también giró en torno a estas frutas, incluso las fiestas patronales podían verse alteradas por las faenas como la procesión de San Onofre en Junio o la de la Virgen del Carmen en el siguiente mes de julio. En numerosas ocasiones era necesario realizarlas a horas más tardías para que volviesen del campo los recolectores o que las mujeres dieran por terminada su labor en las fábricas.
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